julio 27, 2014

LOVEDe-Efe #2: Del amor y el odio al Metro y demás transporte público


Cada día estoy más convencido que la gran solución a muchos de los problemas de la Ciudad de México radica en usar menos el automóvil; sin embargo, la configuración urbanística de la capital nos invita a verlo como una utopía. Somos demasiados en un pedazo de tierra tan pequeño, todos tenemos la necesidad de movernos y a veces demasiados vamos hacia los mismos lugares por las mismas rutas. Muchos creemos que sólo con el coche particular podemos llegar a cualquier parte; muy pocos saben con certeza que si alguien se lo propone, puede llegar a cualquier sitio.

Es por eso que me gusta padecer las peripecias y las variopintas suertes del transporte público. En el Metro, en el Metrobús, en los trolebuses, en los micros y en las combis podemos tener una perspectiva de refilón, casi inmediata, de los pulsos de una ciudad en constante convulsión. Imágenes de extrañas poéticas, conversaciones triviales, clases sociales enconadas, gestos de alegría, encuentro de injusticias, crisol de pluralidad, razones para luchar por una ciudad y un país lleno de promesas por cumplir. Todos los días, la metrópoli del Quinto Sol reta a su propia eternidad. Nos movemos inexorablemente y avanzamos en nuestra lucha por sobrevivir.

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Me gusta pensar en el Metro como el sistema nervioso central de la zona metropolitana; con $5 pesos (los cuales eran 3 hace menos de un año), cualquier chilango o turista puede llegar a cualquier zona de la ciudad en corto tiempo bajo condiciones óptimas. Ya sea en el Centro, en cualquier colonia tradicional o algún sitio de referencia de la gran urbe, podemos encontrar muy cerca una boca de subterráneo. Si existe en esta ciudad un transporte que aglutine todas las clases medias, sin importar el lugar de residencia, es éste.

Mucho se ha hablado de los íconos de las estaciones del "gusano naranja", herencia de los diseños de Lance Wyman para los Juegos Olímpicos de México 68. Cada estación tiene una imagen asociada, la cual tiene el acierto de convertirse en escudo representativo de la zona a la cual llegan los trenes. Sin importar las barreras del lenguaje, cualquier persona puede asociar el símbolo con su estación de origen o destino y planear su jornada diaria; ya seas una pareja bengalí perdida o un canadiense mochilero, puedes tomar el metro y moverte con el poder de la imagen.

Además, es tal la efectividad de su trazado que los demás transportes giran a su alrededor de forma inevitable. A donde no ha llegado el Metro puede llegar un pesero o alguna vagoneta que parte de alguna de sus estaciones; el Metrobús ha logrado oxigenar el tránsito de personas, pero ha quitado espacio al tráfico vehicular. Los RTP's y los trolebuses son pocos; el Tren Ligero es sólo uno, pequeño y lento. Las combis y los micros incitan al laminazo y a las bocinas; al caos y al smog estamos eternamente condenados.

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Las cosas más importantes de la vida nos agarran yendo hacia algún lugar, luchando para llegar a un destino cuya única certeza es la incertidumbre. Sé que es una empresa complicada, pero al menos hay que disfrutar al viaje hacia donde quiera que vayamos. Quizás por eso me opongo rotundamente a los embotellamientos y las neurosis que implica manejar el automóvil de lado a lado de la ciudad; agreguemos pago de estacionamientos y parquímetros, millonadas en gasolina, lavado, aspirado y encerado, afinación y balanceo, hoy no circula y verificación semestral.

Yo por eso no manejo, tomo. Prefiero gastar en taxis y llegar sano y salvo a casa que tener el pendiente del coche que, como grillete sobre nuestros pies y manos, me evite beber. Por los siglos de los siglos seguiré existiendo que los borrachos circulamos todos los días; mientras haya un taxi que nos haga el favor y tengamos conciencia para no dañar la vida de otro por nuestra inconsciencia, podemos seguir golpeándonos el hígado a discreción. Muchos dirán que estoy loco, pero yo les hago la misma afirmación...

Ustedes pueden vivir sin automóvil y yo puedo enfiestar sin beber. Piénsenlo...

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