julio 26, 2016

Asuntos Pop #6: En mi otra vida quiero ser Charlie Watts


Más de cincuenta años después de su primer concierto, los Rolling Stones siguen estando presentes en los escenarios del mundo. Por medio siglo, la banda de Londres ha forjado una leyenda riquísima de anécdotas inusitadas en otros conjunto de música popular; su capacidad para interpretar el rock y el blues, así como un enorme carisma y personalidad en los escenarios, les ha permitido seguir vigentes a pesar de los años.

Por supuesto, al hablar de los Rolling Stones, es inexorable mencionar al dúo Mick Jagger - Keith Richards, protagonistas de rocambolescas vidas donde el sexo y las drogas han sido los principales protagonistas. Entre la desenfrenada vida amorosa de Jagger - de quien se ha anunciado espera un octavo vástago con la bailarina norteamericana Melanie Hamrick - y el inexplicable milagro que representa Richards tras años de tremendas adicciones, las anécdotas de los líderes de la banda son riquísimas en detalles inverosímiles entre el resto de los mortales.

Sin embargo, y sin olvidar que también Ronnie Wood, actual guitarrista del conjunto, ha tenido sus bandazos de locura, debo admitir que el personaje que magnetiza mi atención y mi admiración es Charlie Watts, el discreto y silencioso baterista de la banda. Con él es fácil tirar una ley mal entendida entre la cultura pop, la de llevar la vida de rockstar hacia todos los extremos, la de ser una deidad de tiempo completo. Charlie es todo lo contrario; ha sido, contra todo el aura y el misticismo de los músicos de su género, un hombre sencillo.

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Comparado con sus comparsas, Watts posee una tectónica diferente, sustentada en una depurada técnica tras bombos y platillos. Diseñador gráfico por formación y responsable en varias ocasiones de interiores de albums y escenarios, Watts es el sustento rítmico y el esqueleto moral de una banda en constante tensión; entre los egos del dúo Jagger - Richards, él siempre ha sido el punto medio. Mientras su batería resuene tras los impredecibles manierismos de uno y la guitarra aceitosa del otro, el rock n' roll existirá. Incluso cuando las cámaras no lo persiguen, su sola presencia es la esencia de la banda más grande del mundo.

Más cercano a los acartonados conceptos del caballero inglés que al estrambótico comportamiento de gran parte de los percusionistas de su generación, Charles Robert Watts lleva más de 50 años casado con la misma mujer, con quien crió una hija. El hombre que prefirió el salón de juegos de la Mansión Playboy por encima de la compañía de las mujeres siempre rechazó cometer adulterio con una templanza de un caballero medieval. Avido aficionado a la hípica y a los sastres de Saville Row, Watts acapara buen gusto y elegancia en un ambiente donde la distinción es concebida como sinónimo de excentricidad.

Para ser el mejor baterista de la historia hay que parecerlo; más cercano a tipos del talante de Gene Krupa o Buddy Rich que a titanes rock como Keith Moon y John Bonham, Charlie combina lo mejor de los dos mundos a los que ha entregado cada golpe y cada redoble de su instrumento, el rock y el jazz. Con los elementos básicos, es capaz de crear texturas y movimientos rítmicos que otros percusionistas posteriores realizan con baterías más complejas. Sin ser un prodigio de técnica, su efectividad y su sentido del ritmo sobreponen cualquier argumento.

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Si de algo estoy seguro es que me hubiera encantado ser un Rolling Stone; en otra vida quizás, por unas cuantas horas sin duda. Me encantaría haber vivido con la intensidad de Mick y me encantaría compartir un whiskey y un cigarro con Keith. Sin embargo, toda esa intensidad pasajera puede ser descartada al imaginar una vida con emociones controladas, donde nada debe ser tomado tan en serio como el divertirse como uno se sienta cómodo, sin tratar de forzar las situaciones. Por eso todos los hombres deberíamos aspirar a ser Charlie Watts.

Mientras las viejas piedras tengan la energía para seguir rodando, el mundo podrá seguir disfrutando de la efigie inigualable de un baterista sensacional.

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