marzo 24, 2016

Bélgica

#JeSuisBruxelles #IkBenBrussel

Lo que pasó el martes en Bruselas no tiene nombre. La violencia es un sustantivo inescrutable, una palabra que jamás debiera mencionarse. Sin embargo, lo que el terrorismo en todas sus formas y encarnaciones está provocando en nuestra sociedad global es que nos olvidemos de nuestro nombre y de nuestras convicciones, de nuestros sueños y nuestras aspiraciones; vivir con miedo es la consecuencia de que nuestra civilización sea incapaz de resolver los problemas que la aquejan.

La política mira pasmada el avance de los radicalismos; las fronteras son un pretexto, en todas partes hay incendios, hay asesinatos, hay hambruna. El gran triunfo del Estado Islámico, el grupo fundamentalista responsable de los atentados en el aeropuerto y en el metro de la capital belga, ha sido el de llenar de humo los ojos de un Occidente aparentemente martirizado, pero que también ha sembrado la destrucción y la confusión entre propios y extraños. Antier solamente confirmaron que la destrucción y la muerte es un asunto global.

Treinta y un muertos y doscientos setenta heridos dejó el terror sobre la capital de la Unión Europea, un golpe directo a la idea paneuropea que buscó con éxitos mixtos evadir responsabilidades en relación a las migraciones de cientos de personas que huyen de los focos de guerra en Medio Oriente. Mientras todos los parlamentos y jefes de estados actúan entre acusadores y plañideros, Polonia cerró sus fronteras y otros países intensifican los candados en sus fronteras.

Como raza humana, nos engañamos pensando en sociedades homogéneas, negando que somos movimiento y migrando hemos conseguido lo mejor de nuestra cultura. Por proteger ideas cerradas hemos aniquilado pueblos, hemos destruido templos de conocimiento, nos hemos cerrado a los cambios que, por la gravedad de nuestro progreso, llegaron tarde o en otro momento. Por vivir enamorados de los capitales y las utilidades que trajeron esos avances, perdimos mil guerras en donde tanto los oprimidos como los tuertos fueron siempre los vencidos.

Cuando arde el mundo, suenan las arpas de los tiranos; sus melodías engañosas que encantan a las masas enardecidas y olvidadas como ratones de Hamelin. No podemos dejar de pensar antes de actuar en búsqueda de las mejores soluciones. Los cambios no llegan ni de inmediato ni para siempre, la lucha por conseguir pequeñas justicias comunes tardarán un poco más. Para detener al terrorismo para siempre, el primer paso está en aceptar diferencias y dar pasos conjuntos hacia adelante.

Sé que mis palabras son inocentes, que no calmarán el dolor de las muertes de Bélgica y de todo el mundo, pero los deseos son grandes y cambian el mundo de a poquito cuando se comparten.

Mi niño interior piensa: ¿Qué hubiese hecho Tintín?
(www.tintin.com)

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