diciembre 21, 2015

Yo Confieso #19: Lisette

Giovanni Boldini (1842 - 1931)
"Lady Colin Campbell (Gertrude Elizabeth Blood)" (1897)
Óleo sobre tela, 184 x 120 cm
National Portrait Gallery, Londres

Voy a contarles la historia de una chica cualquiera; sé que suena a cliché, quizás no fuese una chica tan común. No lo era al menos cuando la conocí, a la incierta edad de trece años, un tiempo de la vida del que he huido despavorido como quien intenta escapar de una trampa bien elaborada.

A esa edad, muy pocas cosas tienen forma, tono y tesitura definitiva; a esa edad todo es una gran confusión, cientos de piquetes sangrantes, miles de preguntas sin lógica. A los trece, la soledad es una loza demasiado pesada, una tormenta de cien días en una isla; el silencio es una daga apuntando a la garganta, una gota de agua para el desierto.

En aquellos días, yo perseguía estrellas en soledades lúgubres, pronto todo se volvería poesía primera de inocencia, cancioncitas para las amiguitas, para los amores imposibles. A los trece, hay semillas de sentimientos desconocidos que sueñas con germinar, hay nuevas palabras en el viento y nudos por desatar en la garganta.

*****

Fue en aquellos días en los que la vi por primera vez; ella iba en cuarto de preparatoria, yo apenas en segundo de secundaria, ella era una chica problema que se volaba las clases en la cafetería y en los grandes jardines de la escuela, yo era el chico que recitaba los discursos cívicos en las ceremonias del colegio y participaba sin falta en los concursos de oratoria. Apenas estaría medio año, yo estuve ahí un poco más. Su presencia lejana en mi memoria rescató en un principio su nombre: Lisette.

Tendría a lo mucho dieciséis años, su cabello era largo y oscurísimo, ondulado y muy abundante. Tenía unos ojos marrones grandes y luminosos como lámparas de queroseno en la oscuridad, sus pestañas eran largas y sus cejas muy marcadas. Su piel era muy clara, apiñonada y con pequeñas pecas en las mejillas y en la nariz. En los uniformes de la escuela se notaba como un busto uniforme y caderas amplias; probablemente no fuese más que una chica muy normal que no llamara demasiado la atención de los demás chicos.

*****

Como todas las historias que suelo contar sobre mujeres, nunca amé a Lisette, pero quedó en mi memoria como una primera vez. Ella significó el primer escote detrás de una camisa de popelina que guardaron mis ojos; sus muslos cruzados fueron los primeros que alimentaron la indiscreción de mi inocente mirada, el calor incipiente de mis entrañas febriles e inquietas. Ella fue la primera voz que mencionó mi nombre con algo parecido a una compasión, a un interés ajeno; ella fue la primera melodía en el caos de mis arpegios.

Mi subconsciente sigue buscando el recuerdo de aquella Lisette, encarnado por alguna razón en el psicoanalista desde hace un mes, como quien busca el reflejo de un viejo espejo en cada charco de agua, un reflejo de mí mismo que sigue escapándose de mi memoria desde hace mucho tiempo y que necesito encontrar para curar muchos de mis fantasmas.

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