noviembre 30, 2015

El chico de 12 años que alguna vez fui / Cambios y golpes de timón

Mi encuentro conmigo fue... conflictivo.

Desenterrar al chico de doce años que alguna vez fui ha sido el objetivo de mis sesiones con el psicoanalista. Han pasado casi quince años desde la última vez que lo vi, tan inseguro y lleno de miedo, tan joven y tan lleno de sueños. Al finalizar la sesión me propusieron preguntarme si él tendría algo qué decirme hoy día o si sería yo, a mis veintisiete años, quien le tendría que hablar.

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Comencé a escribir este texto en la mesa de un cielito después de las nueve de la noche; había sido un día de trabajo nublado y semilento, pensaba en las cosas que se resolverían mañana, en los cambios que vienen por delante. Habrá cambios bruscos en la máquina de mi rutina, un golpe de timón que me llevará a otras oportunidades para crecer; en el siguiente trabajo tendré una nueva oportunidad dentro de la galería para crecer y desarrollar una actividad desafiante en una sección de la empresa a la que he aprendido a querer y respetar. No será fácil pero lo quiero con todo el corazón; no abordaré demasiados detalles.

Lo quiero tanto como a los logros que he encontrado trabajando con la gente a la que dejaré para tomar otra ruta; con sacrificios y muchos quebrantos me he hecho valer dentro del puesto en el que estoy, siendo un elemento cada vez mejor. Siempre agradeceré la oportunidad, los consejos, las enseñanzas y la paciencia de mis compañeros; agradezco que la puerta siga abierta para compartir experiencias con ellos. El tiempo nos dio la razón y puso todo en el lugar; haber sido compañero de ruta de esas personas ha sido un privilegio de vida que siempre deberé atesorar.

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Pero volviendo a tema con el que inicié estas líneas, quizás podría contarle al puberto de doce años que fui que en el futuro conocerá a todas las personas que hoy día trabajan conmigo. Le sugeriría más apertura de mente, más disposición al cambio, menos resistencia hacia lo desconocido; al final le diría que no cierre los ojos, que disfrute del viaje. Que quizás no será lo que él soñará en algún momento, pero que aprenderá a amar estos días como la mejor etapa de su vida, que éste es el lugar donde quiere estar; la vida le guarda errores y defectos, nada es seguro en nuestro futuro común, pero vamos por un buen rumbo.

También le diría cosas sobre los años de la universidad; le pediría que se dejara de fanfarronerías y disfrutara más, que se le iría el tiempo volando y que mucho de lo que vale la pena le va a pasar de frente y no lo podrá disfrutar como él querría. Nuevamente le pediría paciencia para la gente, fortaleza en los quebrantos de su espíritu, mucha atención en los consejos que de alguna u otra manera le marcarán el destino.

No me gustaría que el chico que fui supiera de los momentos que en estos quince años lo han hecho feliz; nunca me han gustado los spoilers, no permitiría que me arrebataran la inocencia hacia las sorpresas de la vida. Le diría, sin embargo, que por momentos la euforia llegará en cuentagotas y que habrá que buscar siempre el lado bueno de la vida; quizás sería bueno aconsejarle que nunca se canse de encontrarle belleza a todos los instantes.

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Uno podría contar muchas cosas del futuro, pero el camino sería inexorablemente distinto, sin la sorpresa de los sabores nuevos. Tal vez los caminos hayan sido los correctos; no me daría el lujo de hacerle cambios al guión que el futuro me depararía; me arrepiento de detalles, pero no de la esencia. Lo único que haría sería aprender cosas distintas, intentar tomar más riesgos; de todas formas seguiría siendo joven en esos momentos.

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